¿Cuánto crece la Argentina?

Desde el célebre slogan de James Carville durante la campaña de Clinton, la economía -el crecimiento y sus dividendos en términos de creación de empleo y disminución de la pobreza- ha sido una fuente privilegiada de capital político. No es novedad que, más allá de sus cualidades individuales, los políticos son imbatibles en la bonanza e invotables en las crisis.

La premisa del crecimiento como bandera proselitista fue particularmente emblemática en las administraciones kirchneristas. Sin embargo -o, precisamente, a raíz de esto- desde 2007 la información oficial sobre el PBI se ha vuelto cada vez menos confiable. Distorsionada desde el inicio de la intervención del INDEC por el efecto colateral de la subestimación del IPC, hoy el dato de crecimiento suele ser percibido como específica y deliberadamente exagerado.

Si bien, al igual que con el IPC, no hay manera sencilla de compensar este déficit estadístico, existen sustitutos imperfectos que nos acercan un poco al número verdadero. Uno de estos sustitutos es el Índice Coincidente de Actividad Económica (ICAE). Su argumento es sencillo: tomemos un conjunto de series, presuntamente libres de manipulación, que seguían de cerca al crecimiento del PBI antes de que éste sufriera sus «cambios metodológicos» y comparemos el comportamiento de estas series con el dato oficial desde 2007 a la fecha. Así, el ICAE no es más que un promedio ponderado de nueve variables seleccionadas en base a su correlación con el estimador mensual del producto (el EMAE, elaborado por el INDEC) durante el período pre-intervención.

¿Cuánto creció la Argentina realmente según este índice? Hasta 2007, previsiblemente, la diferencia acumulada entre el índice y el registro oficial es minúscula (menos del 1%). En cambio, el crecimiento acumulado entre 2007 y 2011 según el ICAE fue de 25%, 14% por debajo del 39% reportado en las cifras del INDEC. Y para 2011, por ejemplo, el índice crece 6%, 3% menos que el registro oficial.

Al igual que con la inflación, la diferencia entre índice y dato oficial ha ido ampliándose con el tiempo. Así, si en 2007-2008 el desvío promedio fue apenas del 1%, en los últimos tres años rondó el 3%. Y si bien en 2009 podía pensarse que la exageración del crecimiento obedecía a la necesidad de disfrazar los efectos de la crisis mundial, la persistencia del desvío en años expansivos como 2010 y 2011 sugiere una profundización del componente push up del crecimiento argentino.

Esta corrección del crecimiento reciente nos lleva a revisar el desempeño relativo del país en el contexto regional durante la última década: mientras la Argentina estuvo claramente por encima del promedio regional en los primeros seis años, creció al mismo nivel que el resto en los últimos cuatro.

Del mismo modo, si bien según los números oficiales la Argentina habría cerrado la brecha abierta por la recesión del 1998-2002 en relación a nuestros vecinos, nuestra aproximación al crecimiento sugiere en cambio que esta brecha (es decir, la diferencia entre el crecimiento acumulado por ellos y por nosotros) se estabilizó hacia fines de 2008 en alrededor del 10% -indicando que aún no recuperamos el terreno perdido en la crisis. Y que, a juzgar por el sesgo declinante del ICAE en los últimos meses y las estimaciones que se barajan para la región, la brecha podría de hecho ensancharse en 2012.

Una crítica usual en relación a este push up de crecimiento es que derivó en un sobrecosto fiscal a raíz de los mayores pagos asociados a los cupones indexados al PBI. Sin embargo, no está claro, a priori, cómo impacta el combo subestimación del IPC-sobrestimación del PBI en el producto nominal que se toma para el pago del cupón. En principio, cálculos aproximados sugieren que en los primeros años el PBI nominal oficial pudo haber quedado apenas por debajo del genuino (menores pagos) y que, a partir de 2009, la mayor sobrestimación del PBI habría compensado este sesgo (pagos aproximadamente «correctos»). Así, hay razones para suponer que el muy mentado sobrecosto de los cupones ha sido más mito que realidad -aunque, si el IPC y el PBI real son difíciles de aproximar, estimar la combinación de ambos es un ejercicio rayano en la adivinación.

Pero tal vez lo más relevante de la revisión de los números del PBI y su dinámica reciente es que pone en perspectiva un aspecto esencial del «milagro argentino». Y, con una crisis europea en ciernes y China planificando un aterrizaje suave hacia un nuevo modelo de crecimiento, abre la puerta a un demorado debate sobre el patrón de crecimiento -debate que, vale aclarar, es oportuno tanto en la Argentina como en la mayoría de los países exitosos de la región.

Asimismo, esta sencilla aproximación al verdadero crecimiento ilustra el peligro de creernos nuestros propios simulacros. Por algo se empieza.

Por Eduardo Levy Yeyati

Fuente: La Nación