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Lunes 18 de agosto de 2014

La agenda del futuro debe empezar ahora

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Fuente: La Naci�n


Autor: Eduardo Levy Yeyati


En la Argentina, la discusi�n econ�mica transita por dos carriles separados.



De un lado, la coyuntura del diario de la ma�ana, saturada de referencias al d�lar, la inflaci�n y el empleo y, m�s recientemente,�los holdouts y el default. Del otro, la materia de debates m�s distantes (�acad�micos?) sobre productividad y desarrollo, que se cuela cosm�ticamente en la gacetilla pol�tica e irrumpe en el d�a a d�a a trav�s de sus emergentes inmediatos: el corte de luz, el paro docente, el procesamiento de funcionarios p�blicos.



Esta dualidad marcar� inevitablemente la campa�a presidencial. Enfocado en ganar (o en no perder) votantes en una elecci�n re�ida, el candidato probablemente comente por la tarde el temario del diario de la ma�ana (o, abrazando la nueva moda del marketing pol�tico, las tendencias matinales en las redes sociales) con referencias fugaces y m�nimas al desarrollo. Probablemente abogue por la calidad educativa, la inversi�n eficiente y la paz mundial eludiendo precisiones dif�ciles de comunicar, y enseguida vuelva sobre lo seguro: la recesi�n, la inflaci�n y el cepo, los impuestos.



Ser�a desde luego deseable enterarnos de lo que tiene en mente sobre los temas de fondo, pero no ser� el primer caso (Menem y Kirchner, por ejemplo) que un candidato gana con una agenda econ�mica adaptada al gusto del votante y luego hace todo lo contrario. El riesgo es que las prioridades de la campa�a sean luego las prioridades de la gesti�n.



La oposici�n entre lo urgente y lo importante es un falso dilema que opone el presente al futuro como si ambos fueran mutuamente excluyentes. Un rol cr�tico de la pol�tica p�blica es reconciliarlos. La agenda del presente y la del futuro deben iniciarse simult�neamente, cuanto antes.



Proyectar la Argentina es un ejercicio de adivinaci�n. Pero no es desatinado pensar que, a partir de 2016, un nuevo gobierno con menos capital ideol�gico hundido revisite las tareas pendientes.



Si uno ausculta las encuestas, el espejo en el que el pol�tico lee su propia imagen, o incluso si lee o escucha a periodistas y analistas de coyuntura, las tareas pendientes -los obst�culos, la pesada herencia- suelen centrarse en unas pocas cuestiones urgentes: la inflaci�n (alta, a pesar de la recesi�n), las distorsiones de precios (jerga que denota, entre otras cosas, al d�lar barato e inaccesible o las tarifas subsidiadas a expensas del gasto p�blico) y el acceso al financiamiento (el capital para inversiones productivas y para refinanciar la deuda que ahora pagamos vendiendo los muebles).



Nada de esto es dif�cil: se trata de deshacer los errores que llevaron a esta situaci�n. Una d�cada de pol�ticas err�ticas y desd�n por el bagaje t�cnico nos llev� a pensar que bajar gradualmente una inflaci�n inercial de 30%, reparar el acceso a los mercados y corregir parcialmente las tarifas nos puede llevar a�os y que, una vez alcanzadas estas metas, tenemos el camino despejado.



Lo m�s probable, sin embargo, es que el pr�ximo gobierno resuelva estos problemas relativamente pronto y que, viniendo de un crecimiento modesto (o, de persistir el default, de una recesi�n), se encuentre a fines de 2016�surfeando�el rebote. Como a fines de 1992 y de 2003. Tambi�n es probable que el rebote consolide su capital pol�tico en las elecciones de medio t�rmino en 2017, e incluso le asegure una reelecci�n en 2019. La historia es conocida: la vivimos en 1995 y 2007; incluso, en un revelador ejercicio de negaci�n, en 2011.



El rebote puede ser suficiente para la reelecci�n de 2019. Pero no para llegar bien al 2020.



El desarrollo es una tarea compleja. Involucra una multiplicidad de acciones diversas que excede con creces un per�odo de gobierno, aun uno que aspira a la reelecci�n. Pero, puestos a definir esta complejidad y abusando de la terminolog�a econ�mica, estas acciones relativas a la agenda del futuro podr�an agruparse en tres grandes frentes: el f�sico, el humano y el institucional.



El primer frente remite a la infraestructura (transporte, energ�a, telecomunicaciones), que tanto descuidamos en la �ltima d�cada. Como un remisero que se gasta el dinero del mantenimiento, nos comimos el stock inicial y nos cre�mos m�s ricos de lo que �ramos, y hoy el coche nos deja a pie a cada rato, reduciendo nuestra seguridad y nuestra generaci�n de ingresos. Un plan realista de infraestructura requiere fondos, capacidad de gesti�n y coordinaci�n p�blico-privada, y ofrece dividendos de mediano plazo disponibles, digamos, para el segundo per�odo de gobierno. De los tres frentes, es el m�s accesible pol�ticamente.



El frente humano refiere a la educaci�n y el desarrollo social como herramientas igualadoras. Involucra acciones para la primera infancia (salud y nutrici�n, educaci�n inicial, transferencias y licencias) y una reforma que priorice la calidad de la educaci�n (sobre todo la p�blica, principal v�ctima de la d�cada) por encima del prejuicio, la complacencia y los intereses sectoriales. Una reforma educativa de este tipo tiene dividendos diferidos: 5 a�os para terciarios, 10 para secundario, 15 o m�s para primario, 20 para primera infancia. Esto la hace pol�ticamente menos atractiva.



El frente institucional es el m�s controversial. De todos los temas que se debaten bajo este paraguas escojo el menos obvio: la reforma del Estado. La raz�n es simple: despu�s de a�os de politizaci�n y descapitalizaci�n, en el Estado abundan las precarizadas cigarras pol�ticas que, sin incentivos para dedicar a las acciones del desarrollo la gesti�n paciente y meticulosa que necesitan, prefieren maximizar su exposici�n medi�tica fotografi�ndose al dar un subsidio o lanzando planes est�riles. No hablo de una cuesti�n meramente tecnocr�tica: m�s all� del tama�o, un Estado presente precisa hormigas burocr�ticas de carrera, con incentivos alineados a sus tareas. Los instrumentos para jerarquizar la funci�n p�blica (concursos, capacitaci�n, organizaci�n funcional, remuneraci�n por desempe�o) se conocen y en algunos casos ya existen, pero sus dividendos son virtualmente invisibles. De ah� que la reforma del Estado sea, con creces, la menos af�n al paladar pol�tico.



Tres frentes, tres insumos fundamentales de la productividad y la estabilidad que necesitamos para mejorar los ingresos y la equidad.



El a�o 2016 es una nueva oportunidad. Para acertar o para volver a equivocarnos. El riesgo de 2016 es repetir el pasado: atacar lo urgente, confundir recuperaci�n con desarrollo, postergar las reformas, dejar el barco a la deriva. La tentaci�n de contener la inflaci�n, acceder al financiamiento, despertar a la econom�a del letargo y hacer la plancha prendi�ndole una vela a Vaca Muerta, el nuevo�leitmotiv�de la complacencia. Y despertar a la realidad cuando ya es tarde, sumando as� otro cap�tulo a la serie de desilusiones y una nueva tapa de The Economist preguntando por qu� no somos Australia.



El riesgo de 2016 es secuenciar, dejar para 2017 lo que debe iniciarse en 2016. Porque 2017 es a�o de elecciones. Sobran los ejemplos de reformas que no se hacen el primer a�o de gobierno y luego sucumben a la din�mica pol�tica, al temor del pol�tico a perder votos. Miremos, sin ir m�s lejos, el ef�mero "milagro brasile�o".



La pregunta para los candidatos no es qu� quieren para 2016, sino c�mo esperan crecer en 2020. Y en 2030. No hay razones para postergar la agenda del futuro. Ya perdimos demasiado tiempo.



Un colega con el que discuto los puntos de esta columna me pregunta: �por qu� un pol�tico -sobre todo si se trata de un candidato personalista desprovisto de partido pol�tico que extienda su horizonte- dar�a una batalla, inevitable en toda reforma, por un resultado que ir� a la cuenta de un gobierno futuro? No tengo la respuesta. Quiero creer que el pol�tico aspira a trascender la coyuntura, a superar lo inmediato a favor de lo necesario, a liderar. O que al menos aspira a evitar el pal�ndromo de rebote y ca�da de sus predecesores, gobernando para el futuro. De lo contrario, todo este debate ser�a apenas un ejercicio intelectual.


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