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Espa�ol. Pol�tica Fiscal. Pol�tica Cambiaria y Monetaria.

Miercoles 11 de julio de 2012

No quememos los libros

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Fuente: La Naci�n


Autor: Eduardo Levy Yeyati


En "Las part�culas elementales", Michel Houellebecq le hace decir a uno de sus personajes que el conocimiento cient�fico no avanza de manera continua sino espasm�dica. Se refiere, claro, a las ciencias duras; en su caso, a la ruptura o aparente contradicci�n entre la mec�nica newtoniana, la relatividad y la f�sica cu�ntica. El concepto estar�a ligado a la teor�a de los cambios de paradigmas de Thomas Kuhn o, m�s coloquialmente, a expresiones como abrir la cabeza o romper moldes.



Nada mejor que una crisis para despertar esta tentaci�n rupturista en las ciencias sociales. Lo vimos y vivimos de cerca. En 2002, la Argentina fue objeto de culto de la afiebrada imaginaci�n fundacional de expertos y comentaristas. Invocaciones a la dolarizaci�n total y a la eliminaci�n de los bancos nacionales, propuestas (�antin�micas?) de estatizaciones masivas y de reemplazo de la clase pol�tica por una suerte de gobierno asambleario, invitaciones a montar en el pa�s un protectorado bajo el mando de bur�cratas internacionales al estilo de la Alemania de posguerra. Cualquier idea parec�a factible si se comet�a el error de percibir la crisis como el pre�mbulo del fin de una �poca, del inicio del futuro.



Doce meses m�s tarde, el futuro se parec�a bastante al pasado, mejorado en los m�rgenes por un aprendizaje m�s modesto y eficaz. Sobrevivieron la democracia representativa, el sistema bancario nacional, la moneda, la actividad privada; se evitaron el endeudamiento en moneda extranjera, el d�ficit fiscal insostenible, la apreciaci�n, la apertura indiscriminada y disfuncional.



El descalabro financiero mundial reedita ahora esta cr�tica hol�stica a escala global. "Los progresistas tenemos que tirar a la basura el paradigma neoliberal y reemplazarlo", sugiri� Thomas Palley, ex funcionario de la central sindical estadounidense AFL-CIO, en las �ltimas jornadas de nuestro Banco Central. (Palley no especific� con qu� lo reemplazar�a. Como muchos cr�ticos, suele ser menos preciso a la hora de las propuestas. Como muchos heterodoxos convencionales, es fuertemente proteccionista: en una carta a Obama posteada en su blog personal ped�a castigos econ�micos para los pa�ses con pol�ticas de d�lar alto -como la Argentina hasta hace unos a�os.)



Pero las penurias del primer mundo no remiten al paradigma neoliberal -en rigor, un invento de pol�ticos conservadores y seudoeconomistas ochentistas al que hoy, aprendizaje mediante, pocos suscriben-. Tampoco son la prueba de la decadencia del imperio americano: tras cuatro a�os de crisis, el futuro vuelve a parecerse bastante al pasado, con los Estados Unidos creciendo tanto como Brasil, China enfriando su motor recalentado y Europa enfrentando el abismo. Ni el reconocimiento de virtudes propias, como insin�an algunos funcionarios e intelectuales p�blicos argentinos mientras el pa�s se queda a la zaga de la regi�n. Son, en el mejor de los casos, se�ales de alarma que exigen revisar los manuales, no tirarlos a la basura.



Entonces, �aqu� no ha pasado nada? �No hay lecciones de la crisis? Por el contrario, las hay como para escribir varios libros.



La crisis americana puede atribuirse, esencialmente, a cuatro factores: la complacencia de la Reserva Federal que mantuvo tasas bajas en a�os de crecimiento alto, bajo el retrospectivamente ir�nico pretexto de la Gran Moderaci�n; la codicia financiera que tom� riesgos excesivos buscando rendimientos en a�os de tasas bajas y crecimiento alto; la negligencia regulatoria que subestim� la codicia financiera y, por �ltimo, el oportunismo pol�tico que neg� la evidencia para no aguar la fiesta popular.



"Todas las familias felices se parecen; las familias infelices son infelices a su manera." Parafraseando el comienzo de la novela de Tolstoi, el "principio de Anna Karenina" popularizado por Jared Diamond en su Armas, g�rmenes y acero sostiene que el �xito de una empresa requiere de una combinaci�n de factores. La Gran Recesi�n es un ejemplo de este principio, con el signo cambiado: el fracaso no podr�a haberse producido sin la presencia de todos los factores mencionados.



En cuanto a las lecciones, aprendimos, por ejemplo, a tomar m�s en serio cosas que antes desde��bamos: el riesgo sist�mico, las burbujas financieras e inmobiliarias, el eterno retorno del ciclo econ�mico. Y a cuestionar lo que d�bamos por sentado: la capacidad de los mercados financieros para autorregularse, la capacidad del regulador para disciplinarlos a distancia, la necesidad de actuar tempranamente, incluso de sobreactuar, a fin de evitar la injusta socializaci�n de los costos.



Tambi�n aprendimos (nosotros, los observadores del mundo en desarrollo, perplejos testigos del naufragio) las bondades de un Estado solvente, la importancia del ahorro en la bonanza y del gasto en la escasez. Por �ltimo, nos enteramos de que el mundo no era tan estable ni crec�a tanto como parec�a a mediados de los a�os 2000. La d�cada latinoamericana (y las tasas chinas) tendr�n que esperar.



Mal que le pese a Houellebecq (o a su personaje), el saber econ�mico asociado a las pol�ticas p�blicas, ese que no puede darse el lujo de experimentar con el bienestar de la poblaci�n, avanza de modo gradual, acumulativo.



En los momentos de crisis es seducido por el facilismo fundacional: si nuestros modelos no pudieron prevenir que la crisis pusiera en jaque al sistema, al fuego con los modelos y el sistema. Pero esta postura presume la existencia de una construcci�n alternativa que nunca termina de definirse claramente m�s que como el negativo de la actual. Y pasa por alto que la realidad suele ser poco acad�mica: no refleja errores anal�ticos sino influencias m�s pedestres: Las crisis (la nuestra, la global, las otras) fueron siempre advertidas a tiempo e ignoradas por intereses sectoriales, pol�ticos o personales.



Como el tramo descendente de una monta�a rusa, las crisis prometen cat�strofes irremediables y revoluciones intelectuales que nunca acaban de materializarse. El saber econ�mico (si acaso existe tal cosa) no se nutre de saltos cualitativos, visiones apocal�pticas y epifan�as antisistema sino de la articulaci�n pr�ctica de saberes previos. El resto es literatura.


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