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Sabado 11 de febrero de 2012

Las fronteras simb�licas de la migraci�n

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Fuente: La Naci�n Online


Autor: Eduardo Levy Yeyati


En la sobremesa de la pen�ltima noche del a�o surge oblicuamente el tema de la migraci�n. Los conceptos se confunden (mis contertulios son rosarinos, de residencia patag�nica): migraci�n, inmigraci�n, federalismo trunco, fronteras geogr�ficas y econ�micas. Fronteras simb�licas.



Uno de ellos cuenta una an�cdota que le cont� a su vez hace unos meses una jefa de enfermeras de un hospital de Salta que pasa unos d�as visitando a su familia en Tilcara, donde mi amigo est� de turista. De viaje de intercambio profesional en Bolivia, en una visita "de campo", la doctora y un colega local se cruzan con un hombre en la calle con la pierna con principio de gangrena. Cuando ella le dice a su colega boliviano que hay que llevar al hombre al hospital para que no se muera, �ste le responde que lo deje ah�: no hay nada que hacer, no hay hospitales p�blicos y el tipo no tiene un peso.



Con la misma resignada pasividad con la que le cuenta esto, la doctora se�ala las camionetas que llegan cargadas de mantas y personas que r�pidamente montan sus tiendas copando la plaza. Los vendedores juje�os y los bolivianos son indistinguibles a la vista, pero entre ellos se recelan. Los juje�os se quejan de que los bolivianos les inundan el mercado de "artesan�as industriales". Los turistas no distinguen y, si lo hacen, igualmente prefieren la versi�n m�s econ�mica. Para los coyas juje�os, los coyas bolivianos son los chinos de la Puna.



En Bolivia, la salud p�blica no existe, me dice mi amigo que le dice la doctora, retomando el relato. Por eso se entiende que crucen a la Argentina para operarse. O para parir. Es una pr�ctica aceitada: los hospitales p�blicos del NOA est�n llenos de inmigrantes fugaces. "Los bolivianos son implacables", resume la doctora.



Creo recordar un cuento de Tolstoi en el que un hombre rico explica por qu� no distribuye su riqueza entre los pobres con el argumento de que si la dividiera entre todos los pobres, cada uno se llevar�a una fracci�n insignificante. (En otro cuento de Tolstoi, el hombre rico delega la distribuci�n de mil monedas de oro en la iglesia, que las da de manera arbitraria al primero que se presenta.) Una versi�n m�s oscura de esta f�bula (o memoria falsa) remite a la �ltima secuencia de M�s all� de la justicia , una subestimada transposici�n de Bertrand Tavernier del noir de Jim Thompson al Africa colonial, en la que Lucien (un comisario corrupto y cornudo -o viceversa- con un dejo de humanidad, guionado a la medida de Philippe Noiret) observa a un grupo de chicos negros hambreados buscando hormigas en el campo para comer y, en un impulso de "acabar con la miseria", apunta su rifle hacia ellos. La c�mara sigue la mirada en la mirilla, que se traslada de uno a otro de los chicos. No hay caso, son demasiados: van llegando m�s, siempre habr� m�s. Lucien baja el arma.



La distribuci�n de los recursos es un ejercicio trivial en la abundancia. La econom�a, en cambio, tiene sentido en la escasez, es la gesti�n de la escasez (etimol�gicamente, del griego, la administraci�n del patrimonio, o sea, de lo que hay). Si unimos este concepto al concepto de arbitraje (ese que indica que las personas tratan de sacar el mejor partido de las oportunidades disponibles), llegamos al problema de la migraci�n como expresi�n de arbitraje.



En econom�a, si una moneda paga una tasa de inter�s mayor que otra, los inversores tienden a pedir prestado en la moneda de inter�s bajo para depositar en la de inter�s alto, haciendo que una se aprecie y la otra se deprecie. Si el gobierno de tasas altas no quiere que esto suceda, debe intervenir en el mercado cambiario comprando d�lares a un precio superior al de mercado, con un costo. Esta intervenci�n preserva el diferencial de tasas, trae m�s especuladores y de vuelta al comienzo.



En salud, si una provincia rica (o pobre, pero que prioriza la salud) decide invertir en hospitales y m�dicos, los pacientes se trasladan de otras provincias a la provincia rica en salud, depreciando sus servicios de salud (por agotamiento de insumos, congesti�n y racionamiento) y apreciando los de la provincia emigrante (por los mismos motivos, pero a la inversa). Si la provincia hu�sped no quiere que esto suceda, debe invertir para extender la capacidad de sus servicios m�dicos, con un costo. Esta nueva inversi�n preserva el diferencial de servicio y trae m�s inmigraci�n local y extranjera, y de vuelta al comienzo.



La complejidad elude el planteo binario, la moraleja f�cil, el "galerazo". Un an�lisis desapasionado indicar�a que el problema de la migraci�n exige una soluci�n interior (es decir: un poco de cada cosa, ni todos adentro ni todos afuera). Pero esta salida gen�rica e imprecisa poco nos dice sobre la respuesta pol�tica. El humanismo pide generosidad para con los hombres y mujeres de buena voluntad. El hombre rico de Tolstoi, en cambio, capitula: la distribuci�n es una misi�n imposible (el erario de una provincia es insuficiente para atender a un pa�s; el de un pa�s lo es para atender un continente). La soluci�n interior recomendar�a selectividad en la escasez, priorizaci�n, econom�a. Por ejemplo, atenci�n a residentes, no a golondrinas. Pero esto no elimina el problema de conciencia. Volviendo al hombre gangrenado, si logra cruzar la frontera para instalarse en el hospital de Salta, �deber�a ser atendido como una emergencia (el caso m�s usual en todo el mundo)? Si cerramos "exitosamente" la frontera, �no es lo mismo que dejarlo morir en la calle?



La pol�tica se debate en la ret�rica. Dejando de lado a la derecha xen�foba (que admite una versi�n intranacional con el separatismo y el racismo), la discusi�n no oscila tanto entre el altruismo tribunero y la dura realidad de los n�meros, sino entre progresismo de pa�s rico (que, proteccionista por naturaleza, recela de la migraci�n) y progresismo de pa�s pobre (que, a falta de otra cosa, la promueve). La asimetr�a es obvia: la migraci�n es inmigraci�n en pa�ses ricos y emigraci�n en pa�ses pobres. Nosotros, a mitad de camino entre EE.UU. y Per�, regionalmente pudientes y globalmente sudacas, enfrentamos una contradicci�n interna que por ahora salvamos por el lado humanista (obtener la residencia argentina, me cuentan, es casi autom�tico) a expensas de nuestros pobres (que sufren la diluci�n de los servicios p�blicos) sin demasiado impacto en clases medias y altas que suelen optar por la versi�n privada. Lo mismo la salud que la educaci�n, el trabajo, la tierra.



Esto explica en parte la mirada perpleja del progresismo bienpensante ante la lucha entre iguales en el parque Indoamericano (una traslaci�n del cisma entre coyas juje�os y bolivianos en el mercado de artesan�as). Suponiendo una distribuci�n arbitraria entre quienes deciden y quienes viven el efecto de estas decisiones, podr�a decirse que nuestra decisi�n altruista distribuye los panes, pero no necesariamente los nuestros.


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